Me viene a la memoria cierta histórica familiar que escuché no hace mucho tiempo. Situémonos en los años sesenta, en un pueblo, dentro de una familia, la escena se compone de una madre intentando enseñar las primeras letras a su hija de corta edad, la niña se resiste en su aprendizaje, la madre insiste, y vuelve a insistir y siguen las dos una enseñando y la otra aprendiendo.
Si reflexionamos sobre el párrafo anterior nos damos cuenta, que esta escena ahora en la actualidad, no se da en muchos hogares, los padres por circunstancias laborales pasan gran parte del día fuera de casa, sin embargo pienso que el primer peldaño para la educación de un niño está en la familia, lógicamente empezamos a aprender a hablar, a leer con nuestros padres, abuelos, con quienes convivimos y la primera convivencia la tenemos en el seno de la familia. Ellos nos enseñan y transmiten el saber o conocimiento que han venido aprendiendo a lo largo de su vida, por descontado, nosotros deberemos querer aprenderlo. Visto así, el primer agente educativo seria la familia y la sociedad en si misma, ya que un adulto puede enseñar a un joven, pero este también puede tener algunos conocimientos que el adulto no tenga y se los pueda enseñar, así vamos aprendiendo día a día, unos de otros, porque no estamos solos y no hemos sido los primeros y en cierta medida todos somos maestros o alumnos en algunos momentos.
Desde este punto de vista nos podemos preguntar si realmente se necesita un profesional que se dedique exclusivamente a la enseñanza, más concretamente si necesitamos la figura del maestro, o si necesitamos la escuela.
Indudablemente que si, ya que en la medida que la sociedad va evolucionando van surgiendo conocimientos nuevos que no son conocidos por la misma. Aquí es donde aparece la escuela, el profesional docente o maestro.
Pero la educación, ¿Es solo la transmisión de conocimientos? O ¿Es la formación moral de ciudadanos? En realidad estas dos acciones van íntimamente unidas. La madre a la vez que enseña conocimientos (primeras letras) le está dedicando una atención y un afecto que servirán al niño/a de ejemplo en el futuro.
Necesitamos que se nos valore ya desde niños. Esto no supone una aceptación total por parte de los padres de dar todo lo que pidan o dejar hacer todo lo que les apetece a los hijos. Aunque desde Rousseau (1762), se empieza a defender un tipo de educación sin imposiciones ni autoritarismos, siendo Neil (1971), un referente de esta teoría: “Creo que imponer algo, sea lo que fuese con autoridad es injusto”, encontramos la opinión de Nassif (1989): “No se puede educar al niño sin contrariarle en alguna medida, porque para poder ilustrar su espíritu hay que formar antes su voluntad”.
En mi opinión, ha de buscarse el equilibrio entre estas dos posturas, para ello deberá ser esencial el diálogo o intercambio de opiniones razonadas, que nos llevará a una actitud de respeto entre padres e hijos, proporcionándole al niño, y futuro alumno, una disponibilidad, un esfuerzo y un gusto por aprender. Si efectivamente la familia se encarga de trasmitir estos valores esenciales, la labor de la escuela sería una continuidad de todo lo aprendido, y se centraría en la transmisión de conocimientos, cumpliría su verdadera función de fomentar en los alumnos la capacidad de discutir, refutar y justificar lo que se piensa, así como la facultad de escuchar; siendo el propio maestro ejemplo de esta actitud. (Savater, 1997)
Pero a día de hoy, la familia ¿Cumple su función?, ¿Dedica el tiempo necesario para sus hijos?, ¿Delega sus funciones en la escuela? Esto sería otro tema aparte…
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